El guión de la película de Nina Agadzhanova-Shutko fue escrito en ocho episodios que relataban el intento de revolución fallido de 1905. Al ir a rodar el primer capítulo en Leningrado sobre la Huelga General se encontraron con la imposibilidad de hacerlo debido a las malas condiciones climatológicas. Se trasladaron entonces a Odessa a realizar el siguiente capítulo, el dedicado al motín que se produjo en el acorazado Potemkin. Fue entonces cuando Eisenstein decidió abandonar el proyecto inicial a de los ocho capítulos de 1905 y centrarse exclusivamente en lo acontecido en torno a ese motín.
Para alcanzar el mayor grado de realismo buscó a los supervivientes de la masacre e incluso localizó los dibujos de un francés que había sido testigo presencial de la misma. Rescribió el guión y realizó diversos títulos para dirigir la acción.
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La historia que desembocó en este episodio de la revolución se produjo en el propio acorazado Potemkin, varado en la costa de Odessa. Los tripulantes del acorazado están hartos del mal trato que reciben por parte de sus superiores. La gota que colma el vaso se puede apreciar en este fotograma tomado de la película. Los marineros son obligados a tomar carne podrida, con gusanos. Los marineros deciden no seguir aguantando estas vejaciones y deciden sublevarse.
En el amotinamiento los oficiales de rango superior son destronados, pero también caen varios marineros, entre ellos el que lideraba la revolución, Vakulinchuk, asesinado por un oficial. El acorazado se dirige al puerto de Odessa donde acude una multitud de gente a contemplar y comprobar que es lo que a pasado. Así como a rendir homenaje a los marineros muertos y a prestarles su apoyo.
Ante ese conato de rebelión el zar reacciona enviando al ejército zarista a acabar con los sublevados y a disolver a la multitud. El ejército carga contra la gente disparando contra el pueblo que corre desarmado y aterrorizado, provocando una auténtica masacre, entre otros lugares, en las famosas escaleras.
En la recién nacida Unión Soviética, bajo la consigna de Lenin, según la cual el cine era el arma más poderosa para hacer propaganda de los ideales revolucionarios, los directores soviéticos investigaron la capacidad expresiva de un arte que permitiera llegar de una manera directa al público, que en el enorme territorio de la URSS era en su mayor parte analfabeto.
La película data de 1925, veinte años después del intento de revolución fallido de 1905, y es precisamente eso lo que pretende conmemorar. La verdadera revolución había triunfado hacía ya casi diez años y esta era una buena manera de reflotar y avivar los sentimientos que llevaron a esa revolución y que son los mismos que la tenían que mantener viva. Es por tanto un elemento propagandístico importante que nadie pone en duda.
El montaje de atracciones que realiza Eisenstein es un impulso a la película como arma propagandística. Ese montaje es capaz de crear emociones en el espectador, y es el director el que controla las emociones que suscita en ellos.
Ni que decir tiene que la cinta intenta no parecer un panfleto propagandístico de la política comunista ni de la propia revolución. Es camuflada bajo un estilo de documental apoyado por una serie de características que veremos más adelante.
Como si de una obra clásica se tratara, los protagonistas y antagonistas están perfectamente definidos en la obra. Los buenos son muy buenos y los malos muy malos, para que no haya ninguna duda.
Otra característica es el rodaje en exteriores, y más aún teniendo en cuenta que son los mismos exteriores en los que se desarrollaron los acontecimientos en 1905. Incluso Eisenstein pretendió rodar en el propio acorazado original, pero se encontró con que ya había desaparecido y tuvo que rodar en uno muy similar. Una vez que el cine había logrado salir a grabar en exteriores con la aparición del sonido tuvo que volver a los estudios donde se podía controlar mejor, y no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, con el neorrealismo italiano, que los directores volvieron a salir de los estudios.
Uno de estos escenarios que coincidía con el originario era la escalera de Odessa en la que se produce la masacre por parte de los soldados zaristas convirtiéndose en la escena más representativa de la película y en una de las más brillantes jamás rodada. Como máximo emblema de esta destaca la mujer que corre con el carrito de bebé y es abatida por los disparos de las fuerzas zaristas dejando caer el cochecito escaleras abajo. Esta escena ha sido copiada en clave de homenaje por grandes directores en otros clásicos de la historia del cine como Los intocables de Eliot Ness de Brian de Palma y El padrino de Francis Ford Coppola. También ha sido parodiada en otras ocasiones como en Bananas de Woody Allen. Lo que está claro es la grandísima influencia de esta escena y de la obra en general en el s.XX.
Un montaje que rompe con lo establecido
En esos 1290 planos los movimientos de la cámara son realmente escasos, exceptuando algún travelling, ya que el director no los consideraba necesarios. El movimiento a la acción se lo otorga a través del montaje y la propia acción que se está desarrollando.
Desde que Griffith estableció la escala de planos no había habido un avance tan grande en cuanto al montaje. Eisenstein utilizó nuevas angulaciones de la cámara introduciendo alguna inclinación que daba una visión diferente, todo con un sentido en busca de crear emociones.
Destaca a su vez la cuidadísima fotografía de la que se encarga Edward Tisse. Quien colaborará con Eisenstein a lo largo de toda su carrera y que también ha conseguido hacerse con un hueco entre los grandes profesionales del cine.
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Otro elemento que se repite a lo largo de la obra de este director y que también es una muestra de los valores que transmite la revolución soviética es el hecho de que el protagonista de sus películas no es un personaje individual sino la masa. Es un personaje colectivo que muestra la fuerza del pueblo unido y su personalidad como un único cuerpo.
Y esta no es la única obra sometida a la cuestión de su uso propagandístico, ni mucho menos. La propaganda política es uno de los pilares de los regímenes dictatoriales y autoritarios, ya hemos comentado que tanto Lenin como Stalin le daban una gran importancia al cine como medio de propaganda ya que era capaz de llegar a la mayor parte de la población que era analfabeta. En este sentido destacaríamos también la obra El triunfo de la voluntad (1935), de Leni Riefenstahl, en la que se ensalza el nazismo. También, por cercana, la propia censura que sufrió España durante la dictadura franquista en la que no sólo las que eran contrarias al régimen o a sus valores no se podían estrenar ni tan siquiera llevar a cabo, sino que en las que si llegaban a buen puerto reforzaban esos mismos valores.